Descubre la espeluznante historia de El Sacamantecas: el asesino alavés que anticipó a Jack el Destripador. Crímenes, terror y una figura enigmática.
Introducción
La historia de Juan Díaz de Garayo, conocido como El Asesino Sacamantecas, es una de las más inquietantes y perdurables de la historia criminal española. Más que un simple caso de asesinato, Garayo representa un punto de inflexión en la comprensión de la violencia, un precursor de la figura del asesino en serie que, a finales del siglo XIX, se gestaba en las sombras de la Llanada Alavesa. La figura de El Asesino Sacamantecas no surgió de la nada; fue producto de un contexto social y económico específico, marcado por la pobreza, la marginación y una profunda desconfianza en las instituciones.
Su brutalidad, caracterizada por la mutilación y la evisceración de sus víctimas, no solo aterrorizó a la población local, sino que también provocó un debate intenso sobre la naturaleza del crimen, la salud mental y las posibles causas de la violencia. El caso Garayo, con su mezcla de horror, misterio y especulación, ha capturado la imaginación de historiadores, criminólogos y escritores durante más de un siglo, convirtiéndose en un referente para el estudio de la violencia y un ejemplo paradigmático de cómo la sociedad puede reaccionar ante un evento traumático.
La leyenda de El Asesino Sacamantecas se ha transmitido a través de generaciones, alimentada por relatos orales, periódicos de la época y, posteriormente, por la literatura y el cine, consolidándose como una de las historias más oscuras y fascinantes de España.
La investigación del caso Garayo, a menudo interrumpida por la falta de pruebas sólidas y la influencia de la superstición, revela una complejidad que va más allá de la simple descripción de un criminal. Se trata de un análisis de las tensiones sociales, las creencias populares y las teorías científicas que, en la época, intentaban explicar la violencia. La figura de El Asesino Sacamantecas se convirtió, por tanto, en un espejo en el que la sociedad española de finales del siglo XIX proyectaba sus propios miedos y ansiedades. Además, el caso Garayo ilustra la dificultad de la investigación criminal en una época anterior a la existencia de técnicas forenses sofisticadas, donde la evidencia era a menudo circunstancial y la interpretación subjetiva jugaba un papel fundamental.
El legado de Garayo, por lo tanto, no se limita a la figura del criminal en sí, sino que se extiende a la comprensión de la historia del crimen y la evolución de la criminología.
El Contexto Social y Económico de la Llanada Alavesa
La década de 1870 en la Llanada Alavesa, la región donde operó El Asesino Sacamantecas, era una época de profundas transformaciones y desigualdades.
La economía de la región, basada principalmente en la ganadería y la agricultura, estaba en crisis debido a la competencia de productos importados y a las malas cosechas. Esto provocó un aumento del desempleo y la pobreza, especialmente entre las clases bajas, que se concentraban en las zonas rurales y marginadas.
La sociedad de la Llanada Alavesa estaba dividida en dos clases principales: la nobleza terrateniente, que poseía la mayor parte de la tierra y el poder político, y la masa campesina, que vivía en condiciones precarias y dependía de la voluntad de los terratenientes.
Esta estructura social desigual generó un clima de resentimiento y frustración entre la población rural, que se sentía oprimida y sin oportunidades. La falta de acceso a la educación, la salud y la justicia, sumado a la desconfianza hacia las autoridades, contribuyó a crear un ambiente de anomia y desesperación.
Además, la Llanada Alavesa era una región con una fuerte tradición de violencia, donde las disputas entre familias y bandas eran comunes. La existencia de «carreras» o «carreras de honor» era una práctica habitual, en la que los hombres se enfrentaban a puñetazos o a duelos para resolver conflictos. Esta cultura de la violencia, combinada con la pobreza y la marginación, creó un terreno fértil para la aparición de un criminal como El Asesino Sacamantecas.
La ausencia de una fuerza policial efectiva en la región también jugó un papel importante. La policía, cuando existía, era escasa y poco preparada para hacer frente a la delincuencia. Además, la corrupción era un problema generalizado, lo que dificultaba la investigación de los crímenes y la captura de los culpables. La desconfianza hacia las autoridades, sumada a la falta de justicia, contribuyó a crear un clima de impunidad que favoreció la aparición de la violencia. La situación era exacerbada por la falta de información y la dificultad de comunicación en una región dispersa y con una infraestructura limitada. Por lo tanto, la figura de El Asesino Sacamantecas no surgió en un vacío, sino que fue el resultado de una compleja interacción de factores sociales, económicos y políticos.
Las Crímenes y la Investigación Inicial
Los crímenes cometidos por Juan Díaz de Garayo, conocido como El Asesino Sacamantecas, comenzaron en 1875 y se prolongaron durante varios años, hasta su arresto en 1883. Las víctimas, todas mujeres jóvenes y solteras, fueron encontradas con signos de violencia extrema, incluyendo la evisceración de sus cuerpos. Los métodos utilizados por Garayo eran brutales y macabros, lo que contribuyó a aumentar el terror en la región. Las primeras víctimas fueron María de la Cruz, una joven de 18 años, y luego, Ana María, de 20 años. Después, siguieron otras mujeres, incluyendo a Juana, María de la Esperanza y, finalmente, la esposa de un oficial de policía, que Garayo asesinó en su propia casa.
La investigación policial inicial, dirigida por el inspector general de policía, José María de la Cruz, se caracterizó por su lentitud, falta de coordinación y errores. La falta de pruebas sólidas, la influencia de la superstición y la desconfianza hacia los testigos dificultaron la investigación.
Se difundieron numerosas teorías sobre la identidad del asesino, incluyendo la de un «hombre lobo» o un demonio. Se creía que el asesino era un hombre con una deformidad física, como una mano deforme, que había sido descrita por algunos testigos. Sin embargo, estas descripciones eran vagas y poco fiables.
La policía realizó numerosas detenciones y arrestos, pero ninguno de ellos resultó ser el responsable de los crímenes. La falta de pruebas concretas, como huellas dactilares o ADN, impidió la identificación del asesino. Además, la policía se vio obstaculizada por la desconfianza de la población local, que temía ser acusada falsamente o que no quería cooperar con las autoridades. La investigación se vio también afectada por la falta de recursos y de personal.
La policía de la época no estaba equipada con las herramientas y los conocimientos necesarios para realizar una investigación científica y profesional. La investigación se centró principalmente en la búsqueda de un sospechoso con una deformidad física, lo que llevó a la detención de numerosos hombres con discapacidades. La falta de pruebas sólidas y la influencia de la superstición impidieron la identificación del verdadero responsable de los crímenes. La investigación se prolongó durante años, pero nunca logró resolver el caso.
La Captura y el Juicio
Finalmente, Juan Díaz de Garayo fue capturado en 1883, gracias a la colaboración de un testigo que lo denunció a las autoridades. El testigo, un joven granjero, había observado a Garayo en el lugar del crimen y había reconocido su rostro. La captura de Garayo fue un momento de gran júbilo para la población local, que había estado viviendo con miedo y terror durante años.
El juicio de Garayo, celebrado en Vitoria-Gasteiz, fue un evento de gran trascendencia para la sociedad vasca. El juicio se prolongó durante varios meses y contó con la presencia de numerosos periodistas y observadores. Durante el juicio, Garayo negó haber cometido los crímenes, alegando que había sido víctima de una conspiración. Sin embargo, las pruebas presentadas por la fiscalía, incluyendo restos de ropa encontrados en su casa y testimonios de testigos, lo delataron. Garayo fue declarado culpable de los crímenes y sentenciado a muerte.
La sentencia fue cumplida en la plaza de toros de Vitoria-Gasteiz, en 1883. La ejecución de Garayo fue un evento sangriento y macabro, que conmocionó a la población local. La ejecución de Garayo puso fin a una época de terror y violencia, pero también dejó una profunda cicatriz en la memoria de la sociedad vasca.
La figura de El Asesino Sacamantecas se convirtió en un símbolo del mal y del horror, y su leyenda se transmitió a través de generaciones. La captura y el juicio de Garayo fueron un hito en la historia de la criminología, ya que demostraron la importancia de la investigación científica y profesional en la resolución de los crímenes.